La escena: madrugada: un monoambiente bañado de azul de pantalla con la tele en mute.
Una mujer en la cama.
Él, también en mute, sentado en el piso a los pies de la cama.
A sus espaldas la mujer no dejaba de roncar.
A los once minutos, cuando Riquelme y Messi les habían regalado la pelota dos veces cada uno a los australianos, tuvo ganas de darle una nalgada para castigarla. ¿Y si se despabilaba y se sentía obligada a devolverle el orgasmo trabajoso de la noche con comentarios o con toques comprensivos?
Por un segundo se vio Barreda. No sería lo mismo. Casi no se conocían. De hecho, le extrañaba que durmiera por primera vez en su cama y tan relajada.
A los veinte minutos quiso estar en China para ahorcar a Gago. Tuvo miedo de que la mujer abriera un ojo, dijera que Gago estaba fuerte y ahorcarla a ella. Barreda de vuelta. Ese fútbol frustrante lo empezaba a poner tenso. Respiró para aflojar. Los ronquidos subían y bajaban de volumen. Los interpretó como un comentario del partido. Messi se muestra apático y frío: JJJJJ. A Garay lo bailó un australiano: JJJJJJJJJ. Tocamos siempre para atrás: JJJJJJJJJJJ. ¿Juega Agüero? : JJJJJJJ. Entra Di María: JJJJ. Dormida, esa mujer sabía bastante de fútbol. Un motivo para no matarla si terminaban cero a cero.
En el entretiempo fue a fumar al baño. Cuando volvió, ella, con esa calidad de visionaria que empezaba a reconocerle, había girado en la cama.
Vio el segundo tiempo apretando la espalda contra el borde del colchón. Sin parar de pasarse por la frente, las mejillas, el mentón, la nariz y los labios una mano que olía a concha. Cuando Lavezzi hizo el gol apretó fuerte los puños y las muelas. Le pareció escuchar que en ese momento exacto ella intercalaba, en su cadena de ronquidos, un gemido gatuno. Se paró y se dio vuelta. Parecía dormir igual que antes, en posición fetal, la cabeza entre almohadones.
Apagó. Esa era otra penumbra, el amanecer a través de la persiana. Oyó pájaros. Se metió entre las sábanas frías. Se pegó al cuerpo de ella. Festejaron.
Me gustó...está bueno...Miguel
ResponderBorrar¿Podés creer que me pasó lo mismo? La única diferencia estuvo en que me desperté y la de al lado era mi mujer.
ResponderBorrarMuy lindo, Mariano.
Juan