lunes, 26 de mayo de 2008

Vestuario, por Ale Güerri

Por omisión o énfasis, la nueva camada de técnicos pone una atención especial en el look. Recientes ex-futbolistas de cuarentipocos o treintilargos, saben del papel que juegan las cámaras y les gusta ser reconocidos por la percha. Hay camisas cábala, conjuntos de visitante y una pregunta destinada al vestuario en la indagatoria periodística.

En Simeone encontramos a un moderno empleado de funeraria, como en Sensini a un amigo del frío sobretodo y en Cagna al profe mascachicle, de jogging y agenda bajo el brazo. Úbeda y el Teté Quiroz (por no cortar el chorro enumerativo) la van de timidones con camisas de rayas finas, suéters escote en ve o saquitos de lana. Pero entre todos los nuevos, si hay uno que compone un personaje de pies a cabeza es el Turco Mohamed.

Ya de jugador, se destacaba por el pelo largo suelto, o atado con dos o tres gomitas fluorescentes. Ahora se sienta en el banco con un habano a medio fumar entre los dedos, chalinas y pañuelos de colores claros al cuello, pelo teñido parado con gel y sacos de tela tipo frazada. Parece el hijo de un mafioso, que decidió tomar otro rumbo pero arrastra el hábito. Abona esta teoría su voz cascoteada.

Porque no hay Batman sin Robin, ni López sin Caballero, otro día en Ungolazo destinaremos unas líneas a los replicantes: Vivas, el asistente del Turco y tantos otros. Entre tanto, estemos atentos a los signos que nos tiran los técnicos cuando cambian las pilchas…

lunes, 19 de mayo de 2008

El hombre de La Asturiana, por Mariano Fiszman

Soy un hombre aburrido que busca un poco de heroísmo. No tengo ninguna religión, no me espera el paraíso. No creo en Superman. No creo que los reyes hayan sido los padres. Ni siquiera soy hincha de algún club. Tengo una mesa casi mía en una esquina oscura del bar La Asturiana, y una silla con la forma de mi espalda desde donde engancho la tele en ángulo agudo atravesada por el reflejo de un tubo de luz. Miro todos los partidos. Tengo paciencia, tengo tiempo. La intensidad se hace esperar. Llega muy de vez en cuando, sino sería insoportable o sería otra cosa. Me considero una persona medida. Los otros clientes lo saben, y cuando me paro para gritar el gol del equipo que tiene dos jugadores menos y vuelco mi vaso de café en el brazo de un hincha del otro equipo nadie me pelea. Saben que el mes pasado o el otro vibré con la misma hazaña que ellos, y que los abracé gritando gol carajo y me quedé afónico discutiendo un penal dudoso que al final fue afuera. Me conocen los ojos llenos de lágrimas. Saben que necesito goles sobre la hora como un adicto necesita su merca, que necesito sí o sí que cada tanto un pibe que de madrugada carga bolsas en el puerto, se toma un tren y dos colectivos para ir a entrenar y mide uno cuarenta y seis, haga un gol de cabeza el día que debuta. Entonces, siento que algo por fin tiene sentido. Cuando el tubo se refleja en la pantalla apagada, y todos ya se volvieron a las casas, me aflojo, apoyo la frente en la superficie lisa y tibia de la mesa de fórmica y festejo el sueño.

Tapate la boca

Más allá del debate sobre si la televisión debería o no ser un instrumento para facilitar la labor del juez en jugadas dudosas (como sucede en el rugby y el tenis, p. ej.) es notable la forma en que la televisación de los partidos influye en cómo se juega.

No me refiero a lo ya naturalizado del espectáculo y el mercadeo que reclaman que los jugadores sean apuestos (caso Beckham; Real Madrid en general), que los arqueros después del saque y los pateadores de tiro libres cuando los enfocan hagan gestos sexy para las plateas femenina y gay; o que a lo largo de los 90' los habilidosos hagan jugaditas vistosas y más o menos intrascendentes que compactadas en un minuto de video provocan admiración, como en las publicidades (caso Ronaldinho en Alemania 06).

Hablo de cómo afecta a las personas más comprometidas con el juego: los jugadores que al final del primer tiempo, camino del vestuario se arengan, se lamentan, se reprochan, le reclaman al árbitro que los está bombeando, monitoreados por los cargosos de las cámaras.
Una reacción "simpática" que percibí en los protagonistas -se lo noté varias veces a Riquelme (lo recuerdo poniéndole los puntos a Dátolo por comerselá) y hace poco a un línea informando al árbitro después de un tumulto de empujones y manotazos entre jugadores de San Lorenzo y River: los que tenían que comunicarse en forma privada hablaban con la mano delante de la boca, como en una película de la mafia o una de espionaje.

Fernando Aíta

martes, 13 de mayo de 2008

OLIMPO

Sé que Olimpo no es El Olimpo, ese rejunte de seres extraordinarios de la antigüedad. Queda en la gris Bahía Blanca, Argentina, y sus habitantes casi siempre pelean por no descender. Usan una camiseta poco seria parecida a la de Comunicaciones. Juegan en un campo poceado, en un estadio que se llama Rodolfo Carminati (por ahi me falte alguna ene, alguna té). Los jugadores suelen recalar en ese puerto como viejos barcos cansados de todos los mares. A veces tienen más apellido que piernas y pulmones. Todo eso lo sé. Pero cuando veo a Matute Morales y al pelado Martinez poniéndole pelotas exquisitas a Lujambio para que éste defina como sabe, por un segundo siento que la épica de los antiguos dioses revive. Semidioses del fútbol, los saludo. Sigan así, señores. Matute, con tu apodo inigualable y tu pase bochinesco, Josemir Lujambio, con ese nombre de bolerista derretidor de uruguayas, sigan tratando de salvar al pobre fútbol. Y a los dirigentes de Olimpo, que hasta se la jugaron rescatando del olvido a la estatua de Saporiti, y al finado Carminati, y a sus abrigados hinchas: Salud.

Mariano Fiszman

La pared

Lucas tiene 6, es fanático de la pelota y habilidoso. Como vive con la abuela, la tía Manú y dos hermanitas, practica sólo en la colonia.
Pero al cumpleaños vienieron el tío Nahu con sus amigotes, y ¿qué mejor ocasión para demostrar su talento?
Accedimos: mientras hacíamos el asado en el quincho, Nahuel y yo nos dejamos gambetear por todo el fondo, y Daniel no alcanzaba a desviar los disparos que cruzaban la línea de los dos árboles.
Hasta que nos aburrimos del virtuosismo y de nuestras pobres actuaciones, y decidimos enseñarle un concepto clave: el toque y devolución. El juego en equipo.
Tomála vos, dámela mí, andá a buscar. Se la morfó un par de veces hasta que empezó a confiar en que igual iba a ser él quien resolviera los mano a mano, en que la pelota le iba a volver, en que podía seguir jugando sin la bola atada a los pies.
Es posible que no lo ponga en práctica de inmediato, que en el barullo de los partidos todos los pibitos corran atrás de la pelota hasta clavarla en el arco, que muchos chicos de su edad no estén preparados para pensar una jugada, pero bueno, apostamos al futuro.

Fernando Aíta

lunes, 12 de mayo de 2008

Alentar, por Alejandro Güerri

El jueves pasado me crucé con un hincha de River de los que van a la cancha y me dijo:
-Hasta el próximo torneo no puedo ir a alentar a este equipo.
-Mañana voy al trabajo con una nariz de payaso.

Soy hincha de River también. Ayer ganó y la verdad, me chupa un huevo. O hago como que me chupa un huevo. No lo sé. Del ingeniero Pellegrini para acá perdí el interés por la suerte de River y el revival de momias (Gallardo, Passarella, Ortega) me tiene podrido. Me aleja.

Ser hincha es una cosa extraña. Muy pocos tienen memoria de cuándo se hicieron de su equipo. Poquísimos se cambian de club a lo largo de su vida y los que sí, lo hacen de chicos, no de grandes. Porque es difícil abandonar de un saque toda una vida de pertenencia a algo, que sólo mantiene estables el nombre, la camiseta, la cancha y los momentos (felices y de mierda) que uno puede asociar con su equipo.

Años atrás, otro amigo, que se había hecho fanático de Coria, me dijo:
-No voy a alentarlo más. Me di cuenta de que estoy poniendo mucho y él a mí no me alienta nunca.

martes, 6 de mayo de 2008

Boludeo


Riquelme va hasta la esquina; hace correr a los fotógrafos, los policías y los segundos; acomoda la pelota; pide la distancia, y lo llama a Rodrigo, que se trae dos defensores; Román tira el centro: gol de Battaglia.


Riquelme se para junto a la pelota, y la acomoda; pide que guarden la distancia reglamentaria; llama a Palacio. Rodrigo se acerca con Villagra. Sacan corto, toque y devolución, y Riquelme tira un centro, muy largo.

Riquelme va tranquilo hasta la esquina; hace correr a los policías, fotógrafos y al cronómetro; acomoda la pelota; pide que le respeten la distancia. Palacio se arrima con dos defensores; Román la tira al área: córner.

¿Viveza del DT o del diez? Los de la banda no terminan de encontrarle la vuelta a un truco tan sencillo.

Fernando Aíta


Contate una jugada preparada:

Ser suplente, por Mariano Fiszman



Para algunos jugadores, el de suplente es un trabajo temporario. Unas semanitas, un par de meses, hasta que salga algo mejor. Después cuando entran se ganan el puesto, o por lo menos lo pelean. Otros, en cambio, hacen toda su carrera profesional como suplentes. En realidad trabajan años de compañero de pieza, bromista, rival de play, guitarrero, cebador de mate en los micros, consejero de juveniles y presentador de primas. Cambian de club y siguen siendo suplentes. En el precalentamiento, los titulares se apoyan en sus hombros para elongar. Corren al banco a abrazarlos cuando hacen gol (el suplente es fundamental como augur, terapeuta y cabalista). Si le toca entrar unos minutos, el titular le dice ¡vamos!, ¡huevos!, ¡meté!, poniéndolo en evidencia. La cámara, que ama la pasta del campeón tanto como las minitas, se queda con el tobillo vendado del titular y sus gritos nerviosos desde el banco. Aunque alcance a jugar unos minutos, al otro día los diarios no le ponen puntaje.


El suplente es una promesa que casi nunca se realiza. A su manera, la ilusión del fútbol los necesita. Por ahi sean útiles también en la vida cotidiana. Por ahi, más de un desocupado talentoso podría postularse con éxito como suplente: alguien que conoce bien las características y los movimientos de otro y lo reemplaza cuando es necesario. En caso de enfermedad, problemas de horarios, estrés, falta de ganas o bajo rendimiento, llamá a tu suplente. Estará esperando tu llamado en un banco de plaza, escuchando la radio con auricular y rascándose mientras repasa de memoria tu número de DNI o qué flores le gustan a tu mujer o cuanto nesquick le pone tu hijo a la leche.


Después pagále bien, mirálo a los ojos, decíle gracias y abrazálo fuerte. Se lo merece.


lunes, 5 de mayo de 2008

Peste verde, por Alejandro Güerri



1982, cancha de Ferro. La hinchada del Verde, el equipo del Nacional B que hoy podría descender o ascender, cantaba sobre la melodía de "La sonrisa de mamá":


Dicen que somos un equipo aburrido
y que jugamos que jugamos para atrás.
Me chupa un huevo todo el periodismo
a Caballito cada vez lo quiero más.


-Dejá un buen cantito en los comentarios.