miércoles, 7 de noviembre de 2012

Rojo-Lanús


Lunes a la noche, un amigo de un amigo no va a la cancha, y me prestan su carnet con cuota al día. Economía solidaria. Una entrada paga para aprovechar. Yo aporto mi aliento.
Hace calor, previa en la pelopincho. Arranca nueve y media (saldremos como a las doce) da para comer antes: pasada por Los 3 Ases de Sarandí. Dejamos el coche en el Carrefur de Pavón, tomamos por la calle que nace en la estación (Darío y Maxi), bordeamos la vía, bajan hinchas del terraplén, vocean desde las parrillitas, desembocamos en las torres. Un primer cordón nos hace dar un rodeo. Empiezan lejos de la puerta, el cariño de los cacheos. Segunda vuelta de toqueteo y control: ya entramos.
Me acordé de las peripecias del pasado, ir a buscar al cobrador por Alsina, si te habías colgado unos meses con la cuota (o él). Ir a sacar la entrada abajo de la Cordero, muñecos mangueando guita, "yo te la saco, amigo", "quedate acá que entramos con la barra". (Se abría la puerta en el segundo tiempo). Ahora, ñieris, todos en regla, trámite y tributo. Menos folklore, más eficiencia.
La caldera está cambiada: donde estaba la cancha de hockey, unos molinetes de metal matrix del piso al techo. El bufet enorme derivó en una especie de Pancho 95 tras las rejas. No vi cocacoleros rondando con los vasos en la conservadora. Mi segunda vez en el flamante e inconcluso "Libertadores de América"; primera vez en la popular local. La última vez fui de enfrente.
Es estratégico que llegue el aliento desde las dos cabeceras, a la hora de defender y definir. Pero evidentemente no le estamos sacando provecho, porque al árbitro no lo abruma la localía (hasta un toque nos bombea). Y los jugadores del Granate no se ponen ni la mitad de nerviosos que los nuestros, atrás y adelante. Se tienen confianza y están bien plantados: encaran y muerden cada pelota dividida, corren todos. En el banco están los Mellizos, difícil distinguirlos desde la popu. Partido chivo. Y se lesiona Morel.
A los 7' entra Tula, de dos. Velázquez pasa de cuatro y Vallés de tres. Pobre gente. Les costó hacer pie con la cancha corrida y cambiada. Hilario saca unos pelotazos. El medio estará sofocado por estos primeros calorones, lento, blandengue. Arriba, Benítez y Vidal no se encuentran ni aguantan, Villafañez se diluye yendo y viniendo de ocho, generamos peligro nulo.
La gente alienta pero en ausencia de la hinchada no se termina de armar. Los cantos se deshilachan, se superponen. Si el equipo no entusiasma, afuera el entusiasmo fluctúa. Falta una percusión, que sostenga el ritmo. Como los tambores para los remeros. Lanús, que son un puñadito, con dos bombos se hace sentir. Que traigan unos vientos: tres trompetas, trombón, unos saxos, a tocar melodías, para rearmonizar la energía cuando los jugadores pifian todas. Se canta y se salta, a pesar del dolor de ojos del equipo. Repertorio cumbiero. Y surgen cantitos clásicos, básicos: hoy hay que ganar, ponga huevos, vamos rojo. Y un mántrico, y "dale, dale, Rojo", que se va y vuelve. Las letras hablan menos de aguante y más de sentimiento.
Claro que hay gritos homofóbicos, racistas, clasistas, "no tienen agua / no tienen luz / son los villeros de Lanús". ¿Qué onda? ¿Los villeros de Independiente tenemos todos los servicios joya? ¿O no tenemos más villeros? La transversalidad del fútbol tiene estos ridículos. Cuentan que Atlanta les cantaba con más clase y menos clasistamente: "Qué lindo que es Lanús. / De día falta el agua / de noche falta luz". Es más objetivo, estigmatiza a todo el barrio. El fútbol tiene eso de reservorio de anacronismos, instintos brutos, primitivismo, fascismo adolescentes. Hay putos en las tribunas y adentro de la cancha, en todos los equipos, y se sigue usando ese insulto. Sin embargo, sin la barra, la atmósfera huele algo más ¿inocente?
Se ven muchas más chicas en la tribuna local. Me acuerdo en los 90, todavía no abundaban: veías algunas chicas o parientas de la barra, unas nenas de look guerrero, camiseta hecha top con un nudo, calce profundo, capaz que sarandeaban al ritmo de los bombos, como si estuvieran en una murga, como si modularan la libido de la multitud. Lejos de la cabecera, algún que otro flaco con la novia. Un tipo con la hija, con la señora. Pero las mujeres estaban en el sector socias y en las plateas. Hoy la popu, abunda en chicas preciosas. Grupitos de amigas mandando SMSs y sacándose fotos, estilo altapendeja.com.
El partido es un poco malo, y sobre todo, desfavorable: casi no les pisamos el área, zafamos muchas. En una, no. El arquero de ellos (Marchesín, ¡puto!) saca largo, Tula no acierta a despejar de cabeza, cuando va a reventar ¿le meten una plancha? Se la llevan y Romero define. Viene al caso una metáfora de nubarrones en el horizonte. Se pone oscuro el panorama. Igual es una noche hermosa.
Final del primer tiempo, abajo, toca sentarse, y comentar. A izquierda y derecha, arriba y abajo, distintos análisis de lo mismo que todos vinimos a propiciar. Se reparten datos, culpas, se proponen soluciones.
Quemamos la mitad que nos queda. Arranca sin cambios la segunda parte. Traje dos encendedores, pero no tendría a quién tirarle uno; ni el árbitro es tan hijo de mil puta como para poner en ridículo mi alcance y puntería. El equipo está más animoso. La hinchada sigue alentando. Clavamos un desborde y un zapatazo en el travesaño. Reclamamos un penal porque alguien se cae en el área de enfrente. Hay que empatar como sea.
Cuando ataca Independiente vuelve el "dale Ro", pero la mitad alienta y la otra mitad les da indicaciones a los jugadores, que deben escuchar mal. Órdenes simultáneas y contradictorias, pateá, encará, tocá. Nuestros jugadores no entienden. Se embarullan, la pierden.
No tener barra brava tiene algo de déficit. Me queda pendiente una apología que ya hice dos veces de improviso. Imaginate un sindicalismo sin barras, una política sin barras, sería más civilizado, más prolijo, más eficiente, pero quizás se perderían más luchas populares, ¿cómo tomás una "medida de fuerza"? ¿Nos cogerían más los abogados y los contadores? Habría que evolucionar las barras bravas hacia la no-violencia por boludeces, y preservar la política, el poner el cuerpo, para otras cosas. Ganar el corazón de los monstruos.
El Tolo cambia la inofensiva delantera. Hace debutar a un pibe, Buter. Y mete a Rosales. El pibe corre, y busca, toca un par, en una cuerpea cerca de la línea de fondo, y cae. Ni fau ni amarilla. Vuelve pero al ratito se retira roto. Quedamos sin promesa y con 10. Batión está en una gamba: "andá al arco", le gritan. Y a Rosales: "entraste hace 10', corré, gordo borracho".
En el córner hay una bandera de Pastoriza. Dice: “Los estoy mirando”. Vení otro día, Pato. El equipo va para adelante como sin esperanza pero con obstinación. Y retrocede más despacio de lo aconsejable. Lanús no acierta en las contras durante un rato. La hinchada canta por el equipo, o por los colores. "Soy del rojo desde que estaba en la cuna".
En una de las tantas contras, nos embocan el segundo: el yorugua Regueiro, jugadorazo, la aguanta contra dos por la izquierda, se los saca de encima, y se la sirve a Castillejos para que la empuje. Dos a cero es  precio, jugando con diez contra un gran equipo.
“Rojo, yo te persigo, / vos sos la sangre que a mí me mantienen vivo, / cada domingo te vengo a ver / y aunque no ganes cada vez voy a volver". Canciones gestadas en momentos adversos. Nudo en la garganta. ¿Cómo será que las ideas entran al flujo sanguíneo, al aparato respiratorio? Emociones fisiológicas.
Toda la cancha alienta, a pesar de la derrota, conmovida. Vuelven las dudas, la expectativa siempre. Dependemos de este mismo plantel, averiado, para seguir adelante. ¿A qué reprochar? Apoyo y arenga. A pura fe, invocando a la suerte, a la mística. Y cómo vamos a transpirar en este infierno las próximas semanas. Final del partido. La voz del estadio se despide. Tenemos que esperar a que se retire la visita. Y, hasta la victoria siempre, empezar a cambiar de tema. Por ejemplo, un documental buenísimo sobre Cruyff: 


martes, 18 de septiembre de 2012

Arquero volante



Corrijo, traduzco, tipeo, edito
textos distintos entre sí
y aprovecho estos minutos para sentarme
en la plaza, donde un pelotazo me pasa cerca.
Alcanzo a ver carpetas en el piso de barro, son
como las de mi PC: contenedores de tareas
cada una con sus pautas, su etiqueta
que las distingue pese a que nunca falta
el que opina todo es escritura –yo
podría quejarme, no ahora, no delante
de cinco pibes de la escuela República de El Salvador
que juegan tres contra dos esquivando árboles
y pordioseros. Todos corremos. Con más plata en el bolsillo
habría nuevas tareas y contenedores.
Podría leer, aplacaría la hora de los postres
picoteando un novelón o uno de esos grandes ensayos
acerca del fin de las grandes obras.
El equipo de tres le hizo un gol al equipo de dos.
Podría escribir en vez de hacer estos trabajos
que hacen los que escriben. La pelota
cruzó la calle y fue a parar a la Iglesia
Universal. Del año que viene
no sé nada – obra abierta durísima. Alguien
en el equipo de dos se hace cargo de su participación
en la victoria ajena. Yo escribo como él ataja:
haciendo siempre otra cosa. Somos arqueros volantes.
Sólo que a mí me opaca, si no la edad, la acumulación
de años sin tiempo para esto: poner cara
de que todo está en orden, equivocarse sin pena
o temor a que el otro te sorprenda con un gol,
repasar la jugada
y decir ¡bueno, qué podía hacer!,
vivir un teatro alternativo donde el halago
es de uno mismo a su esfuerzo y el esfuerzo
va al resultado con indiferencia.


Cristian De Nápoli


viernes, 24 de agosto de 2012

Acerca del barullo actual (I)



Pensándolo con frialdad y sin apasionamientos –un día martes por la tarde, por ejemplo, entre 24 y 48 horas luego de finalizado el fin de semana futbolero-, podríamos decir que existen varias formas de encarar la problemática del mal juego en la Argentina de nuestros días. Una de ellas, muy práctica y procedente de la observación directa, sería sentarse frente al televisor a ver el próximo partido (¿All Boys – Tigre? ¿Lanús – Racing? ¿Belgrano –Newell’s?, lo mismo da) y contar los pases. Sólo apoltronarse y contar. Hacer una cuenta mental y contar los pases al compañero, aquéllos que podrían ser considerados pases “bien hechos” o “bien dados”. La propuesta al lector es que cuente las entregas de balón entre jugadores del mismo equipo, y que las vaya sumando de a una por vez. Por ejemplo: pase del arquero al 2 (uno); del 2 al 5 (dos); del 5 al 3 (tres), y así. Con la única condición de que por supuesto al verse interrumpida esta cadena sumatoria deberá volver a cero y comenzar de nuevo. Hecho esto, se dará cuenta de que con una pasmosa rapidez se regresa al punto de partida (o punto 0): 1, 2, pelota al aire (0); 1, 2, a dividir (0); 1, 2, 3, 4 (!!!), pelota afuera (0…). Uno, dos, cero. Uno, dos, cero. Uno, dos, tres, cuatro, cero, será poco más o menos el patrón.

Esto por un lado. Pero si tiene ganas y tiempo libre, también puede hacer el siguiente ejercicio: contar la cantidad de veces que dicha suma de pases al compañero llega a 4 o a un número superior. Notará con claridad que estas ocasiones son pocas. Muy pocas.

Hablando mal y pronto, no damos cuatro pases seguidos.

Entonces, primera conclusión a la que podríamos llegar, vital y que tiene que ver estrictamente con el juego: el fútbol argentino se encuentra en una crisis profunda porque ha perdido el desarrollo de lo que quizás sea su gen primario.

Esta casi desaparición del pase como comienzo generador (el “toque”, o eso que algunos se empecinan en emparentar directamente con cierta “identidad” sudamericana en el sentir del fútbol, por cierto cada vez más difusa) es el síntoma perfecto de un profundo declinar no sólo en el buen juego, sino también en la efectividad de nuestros equipos. Pero aún apareciendo como síntoma visible no deja de ser una punta de iceberg. Podría decirse que el bombazo hacia arriba puede verse como una conclusión, pero jamás como una causa.

Entonces, y dado lo complejo del asunto, al momento en que nos proponemos indagar acerca del por qué de tremendo problema generalmente la cagamos (perdón por el término, pero ahora mismo es lo que me resulta más gráfico). El nivel del debate no  suele superar la sobremesa alcoholizada, el griterío, y la muletilla “¿Sabés qué? El día que se vaya Grondona…”. Por eso, de ahora en más una propuesta podría ser abrir la discusión acerca de algunas supuestas causas, enumerarlas, dejarlas en evidencia, y soñar con un mundo nuevo de toque y devolución, sombreros, túneles, gambetas y falsas paredes.

Pienso, entonces, y sin intentar un orden objetivo, planteo la pregunta del millón: ¿Qué es lo que ha llevado al fútbol argentino a caer en este profundo pozo ciego, oscuro, fangoso, denso y horrible? ¿Eh?

Seguro que elaborar una respuesta unificadora llevaría tiempo y páginas pues las causas son muchas y variadas. Sin embargo creo creer que un par de episodios de hoy pueden valer de ejemplos como para comenzar.

Hace algunos días, en su edición online, el diario Marca español publicó una nota hecha a Maximiliano Rodríguez a propósito de su retorno al fútbol argentino tras su experiencia de una década en Europa. La misma se titula Maxi Rodríguez: “Se juega peor que hace diez años”(1), y allí el volante rosarino esgrime su punto de vista acerca de la predominancia de la lucha física ante la “estética”. El debate generado en los comentarios de dicha publicación ha sido extenso y variopinto, y salvo algunas excepciones no pasó de la discusión más burda acerca de qué fútbol es mejor, si el argentino o el español. O peor aún, qué país es mejor (!!!). Lo cierto es que ni los lectores ni La Fiera dicen nada nuevo, pero éste último logra al menos resumir en pocas palabras algunos males de la actualidad: miedo a perder, despido express de técnicos, presión de los hinchas, etcétera.

Casi al mismo tiempo, aquí en la Argentina se desarrollaba la tercera fecha del llamado Torneo Inicial, con dos sucesos –en mi humilde opinión- muy cercanos a la problemática que nos atañe. Por un lado, la violencia en Colón – Belgrano y Tigre – River Plate, y por otro las consecuencias de la luminosa irrupción de Ricardo Centurión en el Racing Club de Avellaneda.

La violencia (“barrabrava” o “no barrabrava”, verbal o física, dirigencial o entre jugadores), es otro tema monstruo, otro pilar fundamental de nuestro drama, que exige un análisis bien profundo y que desarrollaremos seguramente en otro momento.

Digamos por lo pronto que pensarlo sólo desde el vuelo rasante del botellazo o el cascote sería un error. Es decir, resumir el análisis a la trompada en la tribuna, la patada a la rodilla o el palazo del policía en sí mismos derivaría sólo en observar la parte más visible de un largo proceso que sin dudas se inicia en otros ámbitos ajenos al fútbol profesional.

El “Caso Centurión”, por su parte, presenta otros ribetes. Podría pensarse que la aparición de un chico que la pisa y que gambetea para adelante jamás podría ser motivo de preocupación, sino todo lo contrario. Cierto, 100 %. Que aún existan gambeteadores es una alegría grande para todos. Festejemos. Lo notable del asunto es la innecesaria mugre que se levanta alrededor, y que es siempre la misma: la ansiedad desenfrenada, los colmillos afilados y los buitres planeando por arriba, palomizados. Seis partidos en primera y 19 años de edad son suficientes para que se hable de “ofertas concretas”, con cifras y todo, sin que nadie se ponga colorado. El lunes posterior al clásico en el que Racing derrotó a Independiente 2 a 0 y en el cual Centurión fue figura, sufrimos el déjà vu. Ni un solo día pasó del clásico, y los mismos “comunicadores” que ayer se rasgaban las vestiduras por la fuga de talentos, la violencia, la falta de títulos de la Selección y la decadencia futbolística generalizada, presentaban en línea telefónica al representante del muchacho para que explique lo inexplicable: que no se intenta venderlo ahora, sino dentro de una temporada. No a los 19 (¡por favor, es muy chico!), sino a los 20…

Aplausos de la mesa y odas a la honestidad empresarial. Sólo faltó agradecerle el enorme favor que nos hace a todos.

¿Qué nos queda, más que llorar?

Por lo pronto, apagar el televisor. Y más luego…

Pues sin dudas resistir desde donde podamos, indagar, denunciar, aplaudir el talento y evitar el insulto. Eludir la ansiedad, luchar contra la instauración de un régimen de lo inmediato, plantarse ante la locura del “como sea” y desenmascarar a los atorrantes con corbata y micrófono.

Antes de apagar la tele, amargado y emocionalmente agotado, sintonizo el noticioso.

El Servicio Meteorológico Nacional dice que este podría llegar a ser el agosto más lluvioso de la Historia. “Es lo que nos toca”, pienso, y trato de calmarme con una estupidez: “en Londres llueve todos los días, seguro que están peor”. Sea como sea y aun a riesgo de ser obvio, le pido al cielo gris que el agua no nos tape, así la pelota no se sigue manchando.


Julián Carando


(1) http://www.marca.com/2012/08/17/futbol/futbol_internacional/argentina/
1345228894.html

martes, 21 de agosto de 2012

Como decía el sombrío Samuel Beckett:

"Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor."

Saludos a Cristian, y a nuestro renovado equipo: no se desanimen, muchachos, sigan remando, que ya va a aparecer el arco en el horizonte.

Fernando Aíta

lunes, 6 de agosto de 2012

Arranque Inicial


Es raro ver las Olimpíadas y que no esté la selección. ¿Cuándo fue que nos quedamos afuera? ¿Y en qué andan, muchachos? ¿Messi? ¿Kun? ¿Pachorra? ¿Cuánto falta para el Mundial? ¿Para la Copa América? Qué bien me vendría ver a Argentina campeón internacional, me haría momentánea pero duraderamente feliz, y una persona mejor.

Acá, medio que empezó el campeonato. El viernes ganaron el defensor del título, Arsenal (a Unión), y Vélez (3-0 al Bichito). Vi los goles en los entretiempos de la tarde del sábado. En el almuerzo familiar, pispié un rato del renovado Racing vs. Rafaela. Empataron 1-1, y el arquero santafesino me dio la satisfacción de atajarle dos penales a José Sand (que, igual que el Barba Villar, no me caía mal). Después, en casa, enganché el tercero del generoso Quilmes contra un Boca desalmado y zapatero. Estas versiones medio penosas del Xeneixe y la Academia juegan el miércoles la final de la semi-oxidada Copa Argentina. Si en el fútbol primara la lógica, deberían definir desde los doce pasos.

Toda mi expectativa de la fecha para Independiente y Newells, que arrancamos preocupantes los promedios. Los dos con refuerzos numerosos: en la última versión de este partido estuvieron sólo tres jugadores del Rojo (y siete del Tata Martino). A nuestro club vinieron los libres y experimentados: Tula, Morel Rodríguez, el Chapa Zapata, Leguizamón... "Todavía no se conocen", es la excusa. Si se veía patente que el Tecla Farías le gritaba a un tal Rosales: Eh, rojo, rojo, tocá. Ñuls arrancó más peligroso... pero aburridón. Nuestra nueva defensa, con Hilario en el arco, Morel, Tula y Tuzzio, lo suficiente firme para una primera fecha. A Vallés lo titubeó más, como un cien metros con vallas, que alguna se le cae.

El medio, medio flojo: el Chapa y Fredes muy intermitentes (como el espíritu, según Juarroz); Batión, elegante, evoca a Marangoni en ubicación y rubior, y las ganas de ilusionarse con un pasado glorioso, con un arquetipo, encontrar incluso en las sombras el equipo platónico. Me gustaría asistir al nacimiento de algo diferente en este panorama tan previsto. La confianza te la dan dos ganados al hilo. Y es fundamental que entre. Arriba, tabula rasa. Legui, después de salir campeón, vaya a saber en qué anduvo y está volviendo; con el Tecla todavía son como amigos de amigos, algo toscos en el trato, pero cuando afinen, agarrensé. Antes de que termine el primer tiempo, lo mejor del partido sucede en las tribunas, y se murmura en las redes sociales, en los comentarios de la web. Un bajón. Qué lejos queda la pelota.

Durante el entretiempo me entero de todas las cosas que marchan bien en el país. En el almuerzo de mi vieja, hice un breve zapping por los canales del cable. En Fox vi al gobernador Scioli jugando un campeonato de papi fútbol. Con la 9 naranja y el "Daniel" sobre los hombros, marcando y tirando lujos con bizarría. Había algo ¿lynchiano? ¿Fontanarrosarino? Faltaba el relato adulón de Fernandito Niembra. Un hombre que siempre fue un campeón, con su fiel y perra compañera, un tipo que se sobrepuso a todo. A la yeta menemista, al sablazo del destino, al 2001. Y a fuerza de goles buscará imponer la Ley del Talión. Ahí lo vemos a Daniel que la baja ¿con la mano? que la pisa y la cucharea por arriba del arquero, cerca del palo. No quiero soñar que juego contra Scioli a la pelota, ni a nada. Esas ideas locas que el cable te mete en la cabeza.

También tengo una negación con la Tele Digital Abierta. Cuento con una antena (parece una parrilla), y un "deco", que a mi vieja le vinieron con la pensión y no usa. Pero la instalación siempre la postergo, no quiero mirar más tele. Así que agarro los de aire nomás con la telescópica. Me pierdo el 2 y en el 11 suele llover bastante; el 9 y el 13 se alteran cuando pasa el tren; Canal 7 se ve clarito. El fútbol no ha de faltar. El torneo Evita Perón Inicia se llama. Para erradicar la violencia de género entre barras y combatir la trata de botineras y futbolistas. La Evita Capitana de los cien por la igualdad, lujo y toque. Ya llegará el día en que un equipo contrate a una directora técnica, aunque sea para un reality. Por lo pronto, prosperan las comentaristas y noteras, fenómeno saludable dentro del zombiesco periodismo deportivo: ellas no tienen la mala leche de tantos retirados.

Segundo tiempo. Sale Fredes entra Monserrat. No pasa uan. Ñuls aprieta pero no está fino arriba. El Rojo ya va a agarrar "rodaje", ya van a hacer tres pases seguidos para adelante, patear al arco... Esperemos. Sale Rosales entra Benítez, otro de la reserva. Sale Legui y entra Mancuello (¿se parece a Eminem?) que volvió menos joven de Belgrano. No recuerdo en qué orden los cambios. Pero no se notaron demasiado. Suman su cuota de sudor e imprecisón, y ganan una semana más para prepararse. Atrás se la bancaron con Newells de visitante, y tenemos la valla invicta: no está mal de arranque, aunque eso podría augurar un semestre de media inglesa. Será que no me queda otra, pero me ilusiona la mezcla de veteranos con pibes del club, la sabiduría de los senior y la explosión de los canteranos. La próxima somos locales con Vélez y la otra también, pero en cancha de Racing. Cómo da para ir, a ver la cancha completa, sentir el perfume de los porritos, la pólvora de los petardos, el olorcito a patis, abrazarse con desconocidos, y quedar afónico en el canon popular. Qué despegue lindo.

La tarde del domingo volvió River en el Monumental contra su verdugo, el Pirata cordobés (2-1 para Belgrano). Y debutó el no descendido San Lorenzo de Caruso (le ganó 2-1 a San Martín SJ). Me había quedado con ganas de ver fútbol bien jugado, pero me ahorré ambos partidos. Me fui a ver una película tailandesa, rara, lenta y preciosa, sobre un joven birmano con un problema de piel que arranca con dos mujeres de acá para allá, y se van una tarde al río, etc. Tal vez me clavo un rato de Tigre-Estudiantes. Quizás tenga que esperar la próxima fecha. O por ahí falta uno en algún picado y puedo protagonizar mi propia falta de ritmo.


por Fernando Aíta


jueves, 19 de julio de 2012

El fútbol y las ganas de escribir


Veremos qué novedades futboleras nos trae la segunda mitad del 2012, y qué entusiasmo nos dan los campos de juego, las tribunas, y/o los televisores.

Por lo pronto, les comparto esta foto de una manifestación frente a la AFA, con los cabeza de tortuga formando la barrera, que dan ganas de meter un buen serrizuelazo, o darle con comba por arriba.

martes, 5 de junio de 2012

Dos poemas de Roberto "Poroto" Riera


1-

con la carne furtiva espero
por un doble cinco
o un cinco tapón
alguien que sepa salir jugando
si es así, yo me engancho
siempre y cuando
no terminen todos colgados del travesaño

ya podemos dejar de fingir
dejar de hacernos los muertos
solos al borde del espejo
cuando todos se quedan solos....

basta, nene, basta
esto es así
donde te marcan la raya
ahí se para la barrera
y con la frente en alto
y las manos tapando los huevos
saltamos todos al mismo tiempo



Cortita y al pie

Exceptuando a los que la tienen atada
los nacidos con talento
no es fácil para nadie
pararla de pecho y devolverla redonda

a las pruebas me remito
y propongo el debate
antes que oscurezca
y la comba
se vuelva un zapallazo


Hay más en: http://almibardehombre.blogspot.com.ar/

lunes, 19 de marzo de 2012

¿Tiene hora, referí?

por Hincha compungido 

El tiempo de descuento son las semanas o meses vida que el médico le da al enfermo terminal. Uno puede prolongar el sufrimiento, irse habiendo dado todo, disfrutar hasta el fin, pagar la última cuenta o cobrarla. Como está por oírse el silbato, cada gesto se vuelve único, amaga a ser trascendente. Con la perspectiva de la muerte adelante, en esa mano arbitraria de emperador romano levantada o de fusilador ordenando dame dos, tres, cinco muertos, los minutos cuentan doble o triple. Se sufre más, se sobrevive agónicamente. La ilusión infinita del descuento es que el referí dé cuarenta y cinco minutos más, vivir una segunda vida cuando la primera se terminaba. Pero es imposible. No hay milagros. No hay frialdad, ningún escéptico cuando se va acabando el aire de la habitación. El cuerpo arremete y resiste. La esperanza es vida. Hay que agarrarse a lo que queda. A nada.