lunes, 29 de junio de 2009

Tito Corsi

Por Hilario González

El 25 de mayo pasado se jugó la final de veteranos. Al leer esta nota a cualquier hincha de River lo primero que se le viene a la cabeza es por qué mierda el Enzo no se pone la 9 de la banda y nos dejamos de joder. Y, tal vez, no estaría mal discutir en serio ese tema.

Pero, accidentalmente, mi ojo se puso en otro lado. En la foto, el jugador de Argentinos que está por recibir el pelotazo es Tito Corsi. Tito Corsi la rompía en el patio de la Castrense, la iglesia que queda en Cabildo al 400. En su patio había una canchita de baldosas que abría sus puertas todas las tardes de 3 a 5 (ni un minuto antes, ni un minuto después) a todos aquellos pibes que querían acercarse a Dios a través de la pelota. Un camino válido, si se quiere, pegándole a tres dedos o de puntín.

Tito hacía lo que quería a los 14 o 15 años. Tiraba seguidillas de caños, la mataba con el pecho, le pegaba de volea, tijeras, chilenas, de zurda, de derecha. Era generoso en el pase y solidario en la marca. Además, tenía una jugadita marca registrada: en plena carrera, pisaba la pelota, como parándose un segundo sobre ella y volvía a arrancar casi sin frenar. Era inevitable. Aunque sabías que te lo iba a hacer, te dejaba parado como un boludo. Tito era buen pibe, un flaco alto de esos que tienen el torso más largo que las piernas. Andaba siempre sonriendo. Pero no iba a misa. Pronto le perdí el rastro.

Cuando apareció en la primera de Argentinos (por los ochenta, más o menos), me acordé de sus pinceladas en el ámbito eclesiástico, esa gracia para moverse, la fina estampa de un crack. Me llamó la atención que Tito fuera considerado un mediocampista rústico, tosco y casi intrascendente. Inclusive tildado de mala leche en algún que otro partido. Pasa, supongo, con los que conocimos a alguien que después se hace famoso: no nos olvidamos lo que alguna vez dijeron de él. No lo supieron apreciar.


Los otros días Tito se enfrentó en la cancha con ídolo de toda mi vida. Pero que me perdone, yo en su lugar no me tapaba la cara. Hubiera rezado para que el pelotazo me pegara en un ojo para luego poder decir que el moretón me lo había hecho el Enzo Francescoli.

jueves, 25 de junio de 2009

Un vacío en el pecho

por Paio Zuloaga

Niembraaa

por Mariano Fiszman


A Niembro, alias Niembraaa, alias Miembro, lo conocí en una emisión de los mediodías de radio mitre de hace treinta años que se llamaba Sport 80. El programa era una de las pocas y pujantes oposiciones al menottismo oficial. Ahí él y varios compañeros suyos (la palabra compañeros importa, porque la iban de peronistas perseguidos, piensen que Fernando es hijo de un ex-diputado, capo de las 62.org de Rucci) hacían campaña por el fútbol “moderno” y “a la europea”, de técnicos como Bilardo y Griguol. Desde entonces lo volví a encontrar muchas veces en otros programas de radio parecidos, aunque nunca tan buenos como aquel, y vi crecer su figura hasta convertirse en el gran lobbista y manipulador mediático que es hoy. En mi cuento El relator amenazado, de principios de los noventa, usé su figura para componer a un comentarista de fútbol ventrílocuo, “un personaje repulsivo, de ojos gomosos, bigote fino y manos entrelazadas sobre el abdomen”.
Dentro de la fauna que rodea al fútbol actual y que ayuda a convertirlo en un asunto cada vez más feo, malo y sucio, Niembro encabeza el ranking del desprecio personal en el rubro periodistas. Sé que no soy el único. Pero a la vez, quiero decir que me gusta escucharlo. Su odioso personaje no deja de entretenerme, y su miserable visión del fútbol muchas veces coincide con la miseria mía.
Ayer al mediodía lo escuché desde Sudáfrica poniendo en duda el poderío de la selección de España, ese carro al que se suben ahora los voceros del jogo bonito internacional. Ojo, decía, con ese tono sugestivo mafioso que usa, ojo cuando se encuentren con un equipo que los marque. A las cuatro pasé por el bar de la otra cuadra y vi en la mesa de adelante del televisor al gallego con la cabeza entre las manos. Terminaban de perder con USA. Al fútbol, no al béisbol ni al football de ellos, que no es éste. La misma USA que ya nos goleó a nosotros. “Es la realidad”, muletilla que repite siempre con su voz de Brando ese otro gran cáncer maligno del fútbol, Don Giulio.
La realidad para mí, y para Niembro, es que en el fútbol profesional se juega para ganar y que los equipos que ganan se basan en su defensa (que es asunto de los once, no de cuatro o tres o cinco). Argentina ganó cuando se hizo fuerte abajo, en el 86, con un sólo delantero, Valdano, pero en el 78 también, con Passarella y el gran Fillol salvando pelotas a lo loco y poniendo a Larrosa por Houseman en la mitad del torneo, y así fue también cada vez que le pudimos ganar a Brasil, con el culito apretado contra el área y saliendo cuando se podía y metiéndola (¿oyeron Carlos, Leonel, fenómenos?), y lo mismo los clubes (¡Al gran Bianchi argentino salud!). Y Brasil mismo, acaso no fracasó jugando gran fútbol en el 82 y el 86, y salió campeón del mundo sin regalar nada, pero nada eh, en el 94 (única final sin goles de mundiales) y el 2002, o de América, en las dos últimas copas, dejándonos con las manos vacías cuando nosotros jugamos ¿mejor?
Por eso cada vez que me agarro la cabeza porque un técnico nuestro quiere llenar la cancha de enganches y delanteros y nos terminan garchando de parados, o cada vez que me acuerdo del Argentina-Brasil del 90, con los revolcones en el área nuestra y los palos temblando y la gloriosa ráfaga Diego-Cani en el minuto final, siento que la voz obvia y odiosa de Niembro, alias Niembraaa, alias Miembro, como la del comentarista-ventrílocuo del cuento, aparece sin que yo entienda desde dónde, y azorado la veo coincidir con la mía y me hago cargo, me guste o no.

domingo, 21 de junio de 2009

Bolatti y compañía

por Alejandro Güerri

En el primer gol hizo esa cosa tan linda que es torcerle el rumbo a la pelota con la cabeza, un movimiento leve del cuello para dejar pagando al arquero y esquinarla allá al otro palo. Abrió la pelota a la derecha en el segundo para que un compañero tire el centro previo al gol con definición de toquecito. En el tercero la robó no tan lejos de su arco, arrancó como una flecha atravesando el medio de la cancha y cuando se le venían para cerrarlo, deslizó la pelota por abajo, cruzada, entre dos defensores y dejó a otro compañero mano a mano.

Mario Bolatti, el cinco de Huracán, hizo todo eso y también cortó los avances de Arsenal, distribuyó el juego con criterio, le pegó de afuera del área, se mandó una pisadita tremenda en el segundo tiempo. Una maravilla que además no necesita hacerse el guapo, el loco, el guacho para mandar en toda la cancha, imponer un ritmo. Personalidad canalizada en el juego igual jugador fundamental invisible.

Junto al cinco blanco, en el despliegue de fútbol y actitud, brilló Arano. Y todo Huracán pareció en este partido (y quizás en otros) un equipo de fútbol de salón en cancha de once: la pelota por abajo, toques productivos hacia atrás para empezar de nuevo y salir por otro lado, una calma basada en el toque y la búsqueda del hueco.

Días atrás, un criterioso amigo y opinador de fútbol, a cuento de la Selección, decía que faltan mediocampistas que hagan goles. Hoy, en Huracán 3 - Arsenal 0, todos los metieron los tipos del medio: el invisible Bolatti, Toranzo y Defederico.

El tiempo tantas veces ido en mirar partidos pesadilla intrascendencia imbancable, se revirtió con estos más de noventa minutos de fútbol lindo.

jueves, 18 de junio de 2009

Fulbito

por José Luis Pascuet

En esos años jugábamos a la pelota en la calle a la vuelta de casa.
Era una calle medio muerta, sin colectivos y pocos autos y casi sin viviendas. De un lado el colegio de monjas, del otro el laboratorio. La cancha medía media cuadra y era cruzada, con un arco en cada vereda entre un árbol y la pared.
“¡Pasala, pasala!” le gritó Cachito a Juanjo desde el cordón de enfrente.
Juanjo era zurdo y morfón. No se la pasaba a nadie, nunca levantaba la cabeza y hasta hacía enojar a mi abuelo cuando nos venía a ver jugar.
El rengo Eduardito desde la defensa también le avisó “¡Dale pibe, lárgala!”.
Desde el arco contrario, el ruso Jaime dio la orden: “¡Pegále Negro!”.
Jaime y Juanjo se conocían muy bien, jugaban juntos en la escuela y el rusito sabía que cuando el zurdo la traía pegada al pie, no había forma de pararlo.
El negro Jorge no era un habilidoso del juego, pero era un muchacho obediente. Justo cuando lo tuvo a tiro, le aplicó una tijera perfectamente realizada por encima de ambas rodillas, que hubiera hecho aplaudir al mismo Caballero Rojo. Técnicamente, lo partió al medio.
Juanjo cayó de frente sin tiempo para nada ni siquiera para poner las manos. Se le hinchó el labio superior como el de la Mulatona y en los adoquines quedaron esparcidas en medio de un charquito de sangre, las dos mitades de sus dientes delanteros.
Cachito se paró al lado del herido sin una gota de compasión. “Viste pibe, hay que largarla antes”.

domingo, 7 de junio de 2009

En manos de dios

por Mariano Fiszman

Pasamos de tener la mano de dios a estar en manos de dios.
El miércoles con Ecuador podemos ganar sufriendo, aguantar un cero a cero triste o perder sin atenuantes recibiendo más puñaladas. Es lo más probable.
Podemos quedarnos afuera del mundial. Podemos tener que ir al repechaje.
Por eso celebró que hayamos ganado ayer, era lo más importante. Díganme burro, pero me acuerdo que para el 86 clasificamos en el último minuto contra Perú. Y que para el 2002 clasificamos cinco fechas antes y nos volvimos en primera rueda.
Meterse y esperar que allá se arme el equipo.
Y ahí, como ahora, encomendarnos a dios.

Un mundial

por Mariano Mancuso

Vi el partido ayer, qué porquería. La verdad es que la selección juega horrible, a nada. Lo digo triste, no enérgico ni vehemente, sólo triste, tranquilo, algo raro en mí. Me da bronca ver y disfrutar de jugadores exquisitos, dotados, técnicos, como ver a Federer jugar, con esa perfección de movimientos que sorprende, que emociona, que hace volver a uno a sensaciones infantiles, de ese calibre, así de soprendentes. Pero no, no pasa, no lo logran, no lo logramos.

Por momentos se los ve con ganas, Carlitos corre todas, el Kun tiene picardía, y Messi es diferente, está a otro nivel, así se presentan, con ganas de llegar a eso, pero no sale, no les sale. Es un garrón que no les salga...porque la verdad es que hay muchos como yo (y sé que los hay), que creen, fervientemente, que esta selección nos puede dar una linda alegría, una de esas que varios de nosotros vivimos de chicos, sin entender del todo lo que realmente estaba pasando y esa misma que hoy, disfrutaríamos de una manera sublime, superior. Tengo tantas ganas de que esto pase, que la sensación sobrepasa a la realidad, y entonces, casi pierdo noción de los nombres, y sólo creo que voy a poder vivir salir campeón de un mundial de fútbol porque llegué a una edad en la que creo que lo disfrutaría al maximo.

Ya veo, imagino los estadios, los himnos, las casacas y equipos nuevos, todo lindo, todo resplandeciente, todo llamativo. Ver a los muchachos cantar el himno, y que te agarre esa picazón en la piel. Rebotes, pases mal dados, patadas, y discusiones de gallitos, a la orden del día, del momento. Pero la casaca de Francia ¡¡está bueníiiisiiima!! Y qué linda la de Ucrania... yo me la compro. La fija, el batacazo. La revelación, la demostración. Todo eso es lindo, por eso es que sigo pensando que vamos a llegar, a clasificar, y a llegar lejos, no sé cuanto, pero lejos. Porque yo...yo quiero vivir un mundial así... consciente.

lunes, 1 de junio de 2009

Bajo el sol de la siesta

22.01.06

Bajo el sol de la siesta, los muchachos
juegan al fútbol en la rambla.
Con el torso desnudo y la frente sudorosa,
corren desordenadamente de un extremo a otro.
Corren. No formulan preguntas,
no sacan conclusiones, no hacen una mística de lo arcano.
Para ellos la vida es tan simple e incustionable
como la esfera de cuero que patean.
Si hay alguna verdad, una instancia absoluta,
es el momento en que la pelota se introduce en el arco.
Eso... Y las chicas que cruzan la rambla mientras juegan
y tiran de la cuerda de sus sueños.



de César Cantoni (La Plata, 1951),
en su libro Diario de paso (2008).