El partido de River Vs. Independiente
lo ví por la tele en la casa de mi vieja, con mi sobrinito de 10 y mi sobrinita
de 4 años trepando sobre mi espalda. Al lado estaba mi hermana, mi cuñada y mi
novia. Tuve que explicar la importancia de ese partido.
Después salí a caminar
con ella para compensar que todos los fines de semana desde que River bajó y
subió me prendo a la tele. Fuimos a pasear su perrita, una shitsu adorable,
viejita y callada. El Bajo Belgrano estaba repleto de hinchas de River que volvían
de la cancha.
Yo antes iba a la cancha pero con esto de sacar las entradas por Internet
tenés que tener suerte y paciencia para que la compu no se sature. Al otro día
hay que concurrir al estadio con el carnet al día, fotocopia del DNI donde figure
la dirección actual y el número de la orden de reserva de la entrada. No tengo
más ganas de hacer esos trámites. Al mismo tiempo se ve que no tengo tantas
ganas de ir a la cancha, porque antes esas cuestiones no me hubieran detenido.
Nos sentamos con mi novia en el
banco de una plaza que queda cerca del estadio. La caravana de hinchas atravesaba en diagonal por la mitad de la plaza. Se podía percibir un clima distendido y alegre, sin demasiado entusiasmo,
una especie de alivio por ganar y punto.
El empujón que le dimos a
Independiente no dejó demasiadas alegrías. Es que abrió una herida propia del
pasado reciente (no nos podemos hacer los langas) y, a la vez, nos deja como
los culpables de que haya muchas posibilidades de que Boca quede como el único
que nunca descendió (no me vengan a hablar de Arsenal).
Unos cuatro o cinco pibes se abrieron
de la columna de hinchas y enfilaron directo para el banco donde estábamos
sentados con mi novia. La perrita andaba por ahí cerca. Pensé que nos iban a
afanar y no daba salir corriendo y dejar ahí al pobre animalito de patas cortas.
Pero no pasó nada, después de saludar amablemente, los pibes se sentaron en el
banco de enfrente. Uno de ellos siguió de largo y se metió debajo de un arbusto
y sacó una bolsa con una botella de coca y otra de fernet y algunos sánguches
de milanesa. No hablaron de fútbol, ni de campeonatos, ni de descensos.
Hablaron de chicas.
El fútbol es simple.
El último partido de la promoción
con Belgrano del año pasado lo vi en compañía de mis amigos Ale y Fede.
Consumada la catástrofe hicimos lo que teníamos que hacer: ponernos unos cortos
y salir a patear una pelota a una plaza. Hablamos poco ese día. No hubo muchas
lamentaciones o no las exteriorizamos. Los descensos son siempre en esta época
fría y nublada. Entre pases, piques al vacío y jueguitos, supongo que cada uno de
nosotros buscaba adentro suyo algunos ardides ingeniosos para safar de las
cargadas. Era imposible. La conclusión fue que no se es menos grande por
descender al Nacional B, que iba a ser un campeonato difícil y que había que
volver inmediatamente y en eso pusimos nuestra energía mientras cada pique de la
pelota conseguía un pequeño exorcismo.
Ojalá que todo esto
quede en el ridículo si el Rojo safa de alguna forma. Pero como dijo ayer
Brindisi: hay que pensar en el River de Ramón que hoy ya está peleando el
campeonato. No importa cómo, pero ahí estamos de vuelta, lo más rápido posible.
Eso es ser un grande.
La empatía en las catástrofes futbolísticas.
ResponderBorrarTrataremos de seguir el ejemplo y concentrarnos en jugar a la pelota.
Abrazos populares!
Fernando