martes, 11 de noviembre de 2008

EL DESOCUPADO

por Mariano Fiszman


El desocupado, ¿puede disfrutar del fútbol como cualquier hijo de vecino? No digo el desocupado despreocupado, ese trabalenguas sin sombras. No el flaquito que cuando lo echan del delivery por llegar a todas partes con la pizza fría y el queso derramado contra el borde de la caja empieza a planear sus noches de fin de semana, ni el eterno hacedor de cagadas que tiene excusas para todo, por lo menos para todo lo que él arruina. Pero el desocupado de ceño fruncido, ojos turbios, pies que no levantan de las baldosas y brazos caídos a los costados del cuerpo, el de las monedas contadas en el bolsillo, ¿puede gozar del fútbol?
Ya tiene todos los placeres prohibidos. Esta aguantado el aire que le queda. Sabe que una entrada al zoólogico, un libro usado, o un par de ojotas de hoy pueden ser la boleta de luz de mañana. Deambula por una ciudad amurallada. Ni las puertas ni las caras le dedican ninguna expresión, como esas mujeres que conocimos bien hace mucho y ahora, ocupadas en otra historia, nos ignoran. Sin embargo, el fútbol hoy en día no se le niega a nadie. Cualquier bar te puede negar un vaso de agua o un mingitorio, pero en este estado de sitio futbolístico actual siempre hay por lo menos una pantalla apuntando a la vereda, alta, oblicua, con reflejos, sí, pero regalando fútbol, como esas chicas de escote generoso que invaden las calles. Entonces el desocupado puede pegar la ñata al vidrio, o el hombro al árbol de la vereda, o incluso pararse en la puerta de un negocio de aparatos domésticos, y seguir las alternativas de los encuentros.
Pero disfrutarlo, ¿puede? Eso dependerá de cada uno, dice usted, que siempre tiene razón. Puede ser. Pero el que digo yo está vacío. Mira los partidos porque siempre le gustaron y no tiene más nada que hacer. Busca evadirse. Pero serán la falta de cracks o de ideas, el fútbol hiperestimulado de hoy con su personalidad endeble, qué se yo, mi desocupado no se engancha. Ve pasar los goles como ve pasar el tren. Mira cómo gente que gana cincuenta mil pesos se agarra la cabeza o acogota réferis o la pifia en el área chica y no termina de identificarse. Por la calle pasan los cartoneros en su hora pico cargados como bestias empujando toneladas de papel y él siente su cuerpo débil por la falta de acción. Ve a los consumidores del café. Se hacen comentarios y gesticulan de mesa a mesa. Él se da cuenta que aprieta los dientes y un filtro entre dos yemas. El partido no le dice nada, y él se queda ahí parado viéndolo.

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