Lunes a la noche, un amigo de un amigo
no va a la cancha, y me prestan su carnet con cuota al día.
Economía solidaria. Una entrada paga para aprovechar. Yo aporto mi
aliento.
Hace calor, previa en la pelopincho.
Arranca nueve y media (saldremos como a las doce) da para comer
antes: pasada por Los 3 Ases de Sarandí. Dejamos el coche en el
Carrefur de Pavón, tomamos por la calle que nace en la estación
(Darío y Maxi), bordeamos la vía, bajan hinchas del terraplén,
vocean desde las parrillitas, desembocamos en las torres. Un primer
cordón nos hace dar un rodeo. Empiezan lejos de la puerta, el cariño
de los cacheos. Segunda vuelta de toqueteo y control: ya entramos.
Me acordé de las peripecias del
pasado, ir a buscar al cobrador por Alsina, si te habías colgado
unos meses con la cuota (o él). Ir a sacar la entrada abajo de la
Cordero, muñecos mangueando guita, "yo te la saco, amigo",
"quedate acá que entramos con la barra". (Se abría la
puerta en el segundo tiempo). Ahora, ñieris, todos en regla, trámite
y tributo. Menos folklore, más eficiencia.
La caldera está cambiada: donde estaba
la cancha de hockey, unos molinetes de metal matrix del piso al techo.
El bufet enorme derivó en una especie de Pancho 95 tras las rejas.
No vi cocacoleros rondando con los vasos en la conservadora. Mi segunda
vez en el flamante e inconcluso "Libertadores de América";
primera vez en la popular local. La última vez fui de enfrente.
Es estratégico que llegue el aliento
desde las dos cabeceras, a la hora de defender y definir. Pero
evidentemente no le estamos sacando provecho, porque al árbitro no
lo abruma la localía (hasta un toque nos bombea). Y los jugadores del
Granate no se ponen ni la mitad de nerviosos que los nuestros, atrás
y adelante. Se tienen confianza y están bien plantados: encaran y
muerden cada pelota dividida, corren todos. En el banco están los
Mellizos, difícil distinguirlos desde la popu.
Partido chivo. Y se lesiona Morel.
A los 7' entra Tula, de dos. Velázquez
pasa de cuatro y Vallés de tres. Pobre gente. Les costó hacer pie
con la cancha corrida y cambiada. Hilario saca unos pelotazos. El
medio estará sofocado por estos primeros calorones, lento, blandengue.
Arriba, Benítez y Vidal no se encuentran ni aguantan, Villafañez se diluye yendo y viniendo de ocho, generamos peligro nulo.
La gente alienta pero en ausencia de la
hinchada no se termina de armar. Los cantos se deshilachan, se
superponen. Si el equipo no entusiasma, afuera el entusiasmo fluctúa.
Falta una percusión, que sostenga el ritmo. Como los tambores para
los remeros. Lanús, que son un puñadito, con dos bombos se hace
sentir. Que traigan unos vientos: tres trompetas, trombón, unos
saxos, a tocar melodías, para rearmonizar la energía cuando los
jugadores pifian todas. Se canta y se salta, a pesar del dolor de ojos del equipo. Repertorio
cumbiero. Y surgen cantitos clásicos, básicos: hoy hay que ganar,
ponga huevos, vamos rojo. Y un mántrico, y "dale, dale, Rojo", que se va y vuelve. Las
letras hablan menos de aguante y más de sentimiento.
Claro que hay gritos homofóbicos,
racistas, clasistas, "no tienen agua / no tienen luz / son los
villeros de Lanús". ¿Qué onda? ¿Los villeros de
Independiente tenemos todos los servicios joya? ¿O no tenemos más
villeros? La transversalidad del fútbol tiene estos ridículos.
Cuentan que Atlanta les cantaba con más clase y menos clasistamente:
"Qué lindo que es Lanús. / De día falta el agua / de noche
falta luz". Es más objetivo, estigmatiza a todo el barrio. El fútbol tiene eso de reservorio de anacronismos, instintos
brutos, primitivismo, fascismo adolescentes. Hay putos en
las tribunas y adentro de la cancha, en todos los equipos, y se sigue
usando ese insulto. Sin embargo, sin la barra, la atmósfera huele
algo más ¿inocente?
Se ven muchas más chicas en la tribuna
local. Me acuerdo en los 90, todavía no abundaban: veías algunas chicas o
parientas de la barra, unas nenas de look guerrero, camiseta hecha
top con un nudo, calce profundo, capaz que sarandeaban al ritmo de
los bombos, como si estuvieran en una murga, como si modularan la
libido de la multitud. Lejos de la cabecera, algún que otro flaco con la novia. Un
tipo con la hija, con la señora. Pero las mujeres estaban en el
sector socias y en las plateas. Hoy la popu, abunda en chicas
preciosas. Grupitos de amigas mandando SMSs y sacándose fotos, estilo altapendeja.com.
El partido es un poco malo, y sobre todo,
desfavorable: casi no les pisamos el área, zafamos muchas. En una, no. El arquero de ellos (Marchesín, ¡puto!) saca largo, Tula no
acierta a despejar de cabeza, cuando va a reventar ¿le meten una plancha? Se la llevan y Romero define. Viene al caso una metáfora de
nubarrones en el horizonte. Se pone oscuro el panorama. Igual es una
noche hermosa.
Final del primer tiempo, abajo, toca
sentarse, y comentar. A izquierda y derecha, arriba y abajo, distintos
análisis de lo mismo que todos vinimos a propiciar. Se
reparten datos, culpas, se proponen soluciones.
Quemamos la mitad que nos queda.
Arranca sin cambios la segunda parte. Traje dos encendedores, pero no
tendría a quién tirarle uno; ni el árbitro es tan hijo de mil puta
como para poner en ridículo mi alcance y puntería. El equipo
está más animoso. La hinchada sigue alentando. Clavamos un desborde
y un zapatazo en el travesaño. Reclamamos un penal porque alguien se
cae en el área de enfrente. Hay que empatar como sea.
Cuando ataca Independiente vuelve el
"dale Ro", pero la mitad alienta y la otra mitad les da
indicaciones a los jugadores, que deben escuchar mal. Órdenes
simultáneas y contradictorias, pateá, encará, tocá. Nuestros
jugadores no entienden. Se embarullan, la pierden.
No tener barra brava tiene algo de
déficit. Me queda pendiente una apología que ya hice dos veces de
improviso. Imaginate un sindicalismo sin barras, una política sin
barras, sería más civilizado, más prolijo, más eficiente, pero
quizás se perderían más luchas populares, ¿cómo tomás una "medida de fuerza"? ¿Nos cogerían más los abogados y los contadores? Habría que evolucionar las barras bravas
hacia la no-violencia por boludeces, y preservar la política, el
poner el cuerpo, para otras cosas. Ganar el corazón de los
monstruos.
El Tolo cambia la inofensiva delantera.
Hace debutar a un pibe, Buter. Y mete a Rosales. El pibe corre, y
busca, toca un par, en una cuerpea cerca de la línea de fondo, y
cae. Ni fau ni amarilla. Vuelve pero al ratito se retira roto.
Quedamos sin promesa y con 10. Batión está en una gamba: "andá al
arco", le gritan. Y a Rosales: "entraste hace 10', corré, gordo
borracho".
En el córner hay una bandera de
Pastoriza. Dice: “Los estoy mirando”. Vení otro día, Pato. El equipo va para adelante como sin esperanza pero con obstinación. Y retrocede más despacio de lo
aconsejable. Lanús no acierta en las contras durante un rato. La
hinchada canta por el equipo, o por los colores. "Soy del rojo desde
que estaba en la cuna".
En una de las tantas contras, nos
embocan el segundo: el yorugua Regueiro, jugadorazo, la aguanta
contra dos por la izquierda, se los saca de encima, y se la sirve a Castillejos para que la
empuje. Dos a cero es precio, jugando con diez contra un gran
equipo.
“Rojo, yo te persigo, / vos sos la
sangre que a mí me mantienen vivo, / cada domingo te vengo a ver / y
aunque no ganes cada vez voy a volver". Canciones gestadas en
momentos adversos. Nudo en la garganta. ¿Cómo será que las ideas
entran al flujo sanguíneo, al aparato respiratorio? Emociones
fisiológicas.
Toda la cancha alienta, a pesar de la
derrota, conmovida. Vuelven las dudas, la expectativa siempre.
Dependemos de este mismo plantel, averiado, para seguir adelante. ¿A
qué reprochar? Apoyo y arenga. A pura fe, invocando a la suerte, a
la mística. Y cómo vamos a transpirar en este infierno las próximas
semanas. Final del partido. La voz del estadio se despide. Tenemos
que esperar a que se retire la visita. Y, hasta la victoria siempre, empezar a cambiar de tema.
Por ejemplo, un documental buenísimo sobre Cruyff: