jueves, 18 de junio de 2009

Fulbito

por José Luis Pascuet

En esos años jugábamos a la pelota en la calle a la vuelta de casa.
Era una calle medio muerta, sin colectivos y pocos autos y casi sin viviendas. De un lado el colegio de monjas, del otro el laboratorio. La cancha medía media cuadra y era cruzada, con un arco en cada vereda entre un árbol y la pared.
“¡Pasala, pasala!” le gritó Cachito a Juanjo desde el cordón de enfrente.
Juanjo era zurdo y morfón. No se la pasaba a nadie, nunca levantaba la cabeza y hasta hacía enojar a mi abuelo cuando nos venía a ver jugar.
El rengo Eduardito desde la defensa también le avisó “¡Dale pibe, lárgala!”.
Desde el arco contrario, el ruso Jaime dio la orden: “¡Pegále Negro!”.
Jaime y Juanjo se conocían muy bien, jugaban juntos en la escuela y el rusito sabía que cuando el zurdo la traía pegada al pie, no había forma de pararlo.
El negro Jorge no era un habilidoso del juego, pero era un muchacho obediente. Justo cuando lo tuvo a tiro, le aplicó una tijera perfectamente realizada por encima de ambas rodillas, que hubiera hecho aplaudir al mismo Caballero Rojo. Técnicamente, lo partió al medio.
Juanjo cayó de frente sin tiempo para nada ni siquiera para poner las manos. Se le hinchó el labio superior como el de la Mulatona y en los adoquines quedaron esparcidas en medio de un charquito de sangre, las dos mitades de sus dientes delanteros.
Cachito se paró al lado del herido sin una gota de compasión. “Viste pibe, hay que largarla antes”.

3 comentarios:

  1. Si habrá oído esa frase Messi.

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  2. Muy bueno. Y qué gratos recuerdos esos picados interminables.

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  3. no quisiera estar en los botines de Juanjo y mucho menos en su dentadura. otra forma de conocer el rigor de la ley de la calle.

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