“El paladar negro se acabó cuando se retiró el Bocha”, dijo Clausen. Y tiene razón el Negro. Y digo que tiene razón más que nada por el hoy día, se siente un ansia de resultado como nunca se sintió en el Ser Rojo. Entonces, si acordamos con el Negro Clausen, hoy día se configurarían dos clases de hinchas de Independiente: los que alguna vez tuvieron paladar negro (los que vimos al Bocha), y los que no. Digámoslo: Hay una nueva generación de hinchas de Independiente que no sabe lo que es el fútbol.
Y el hincha de Independiente que va a la cancha tiene más bronca que ganas, los cantos terminan —empiezan— derivando siempre en amenazas o quejas. Lo cual genera presión donde el jugador debería encontrar aliento.
Así las cosas, Independiente, por más resultadistas que sean sus hinchas, no va a conseguir un triunfo desde las tribunas. No podemos contar con eso. Y eso que ya se los dijo todo el mundo, que puteando no ayudan: Gallinego, Miguelito Brindisi, incluso ahora De Felippe, que el que no putea ayuda y el que ayuda no molesta.
“No somos Racing”, nos dicen a quienes reclamamos aliento, o por lo menos inteligencia al momento de sugestionar a los jugadores que están en el terreno de juego. Ni hace falta aclarar nuestra identidad, deben estar muy confundidos (los que no vieron al Bocha) para necesitar esa reafirmacíon. Pero, les digo, hay una gran diferencia entre no alentar y putear al equipo. El paladar negro tiene que ver, si mal no recuerdo, en todo caso, con no alentar cuando el equipo no brinda fútbol, y no con putearlos por eso. Y con alentar cuando hace falta remontar alguna situación. O sea: ahora.
Obligan al plantel a ascender en una temporada, cuando ya no se gana con la camiseta. —Y menos jugando Independiente con una camiseta azul o con la camiseta de Estudiantes de la Plata, dicho esto último con el respeto justo y necesario, mínimo indispensable que se pueda tener hacia la casaca que vestía el mediocre que lesionó de manera definitoria la carrera de Bochini.
Pero qué se le puede decir a un resultadista, si desde que se retiró el Bocha todos somos resultadistas. Antes no hacía falta: el Bocha nos hacía grandes, cantábamos en la cancha con la naturalidad que brinda la alegría.
Desde que el fútbol se juega por televisión, los días ya no significan nada. Pero en otros tiempos el sábado y el domingo eran dos mundos muy diferentes. Terminar jugando los sábados era, para la mayoría de los hinchas, o sea los de los clubes de primera, el fantasma más temido. La palabra evocaba la gran desgracia, lo peor que le puede pasar a un club argentino: irse al descenso.
El tiempo pasó, fueron cayendo casi todos y un día le tocó al autodenominado más grande. De golpe el millonario se encontró cirujeando, tirando un carro muy pesado para su espalda de sommier, comiendo sobras que años atrás tiraba sin mirar. Esos crotos eran sus nuevos compañeros de juego, y peor todavía, todos querían robarle su mendrugo.
El padecimiento de ser parte del planeta Sábado le inspiró a Esteban Serrano una serie de crónicas dibujadas en las que retrató el calvario de un hincha de River por las 38 estaciones del ascenso. El resultado es este libro, Sábado, editado por Galería editorial: http://www.galeria-editorial.com.ar/sabado.html
Acá va una muestra, la del día en que creyó que no volvían nunca más.
El partido de River Vs. Independiente
lo ví por la tele en la casa de mi vieja, con mi sobrinito de 10 y mi sobrinita
de 4 años trepando sobre mi espalda. Al lado estaba mi hermana, mi cuñada y mi
novia. Tuve que explicar la importancia de ese partido.
Después salí a caminar
con ella para compensar que todos los fines de semana desde que River bajó y
subió me prendo a la tele. Fuimos a pasear su perrita, una shitsu adorable,
viejita y callada. El Bajo Belgrano estaba repleto de hinchas de River que volvían
de la cancha.
Yo antes iba a la cancha pero con esto de sacar las entradas por Internet
tenés que tener suerte y paciencia para que la compu no se sature. Al otro día
hay que concurrir al estadio con el carnet al día, fotocopia del DNI donde figure
la dirección actual y el número de la orden de reserva de la entrada. No tengo
más ganas de hacer esos trámites. Al mismo tiempo se ve que no tengo tantas
ganas de ir a la cancha, porque antes esas cuestiones no me hubieran detenido.
Nos sentamos con mi novia en el
banco de una plaza que queda cerca del estadio. La caravana de hinchas atravesaba en diagonal por la mitad de la plaza. Se podía percibir un clima distendido y alegre, sin demasiado entusiasmo,
una especie de alivio por ganar y punto.
El empujón que le dimos a
Independiente no dejó demasiadas alegrías. Es que abrió una herida propia del
pasado reciente (no nos podemos hacer los langas) y, a la vez, nos deja como
los culpables de que haya muchas posibilidades de que Boca quede como el único
que nunca descendió (no me vengan a hablar de Arsenal).
Unos cuatro o cinco pibes se abrieron
de la columna de hinchas y enfilaron directo para el banco donde estábamos
sentados con mi novia. La perrita andaba por ahí cerca. Pensé que nos iban a
afanar y no daba salir corriendo y dejar ahí al pobre animalito de patas cortas.
Pero no pasó nada, después de saludar amablemente, los pibes se sentaron en el
banco de enfrente. Uno de ellos siguió de largo y se metió debajo de un arbusto
y sacó una bolsa con una botella de coca y otra de fernet y algunos sánguches
de milanesa. No hablaron de fútbol, ni de campeonatos, ni de descensos.
Hablaron de chicas.
El fútbol es simple.
El último partido de la promoción
con Belgrano del año pasado lo vi en compañía de mis amigos Ale y Fede.
Consumada la catástrofe hicimos lo que teníamos que hacer: ponernos unos cortos
y salir a patear una pelota a una plaza. Hablamos poco ese día. No hubo muchas
lamentaciones o no las exteriorizamos. Los descensos son siempre en esta época
fría y nublada. Entre pases, piques al vacío y jueguitos, supongo que cada uno de
nosotros buscaba adentro suyo algunos ardides ingeniosos para safar de las
cargadas. Era imposible. La conclusión fue que no se es menos grande por
descender al Nacional B, que iba a ser un campeonato difícil y que había que
volver inmediatamente y en eso pusimos nuestra energía mientras cada pique de la
pelota conseguía un pequeño exorcismo.
Ojalá que todo esto
quede en el ridículo si el Rojo safa de alguna forma. Pero como dijo ayer
Brindisi: hay que pensar en el River de Ramón que hoy ya está peleando el
campeonato. No importa cómo, pero ahí estamos de vuelta, lo más rápido posible.
Eso es ser un grande.
A propósito de las declaraciones de Cantero (¡antes del partido!), que si nos vamos a la B, hay que volver rápido. A propósito de los cambios de Gallego, que cuida el resultado y hace seis fechas que no ganamos, y uno se pregunta cuándo fue, es o será demasiado tarde... Hay un tema de Elvis Costello y Allen Toussaint, "El río en reversa", que en una parte dice:
"...
Despiértenme.
Despiértenme con un bife o un beso.
Debe haber algo mejor que esto.
Porque no veo cómo podríamos empeorar.
¿Qué tenemos que hacer para poner el río en reversa?
..."
Después Racing golea a San Lorenzo, que tiene un arquero preso, empresarios que les están por construir un nuevo estadio, y un papa humilde... Capaz que pierde Quilmes, y haciendo cuentas vuelve la esperanza.
Hace unos días que estoy en posición adelantada. Desde este lugar privilegiado de la cancha, veo el futuro. Y como el campo (semántico) es limitado, tan solo me es dado avizorar cosas de fútbol. Más precisamente, del torneo Final Evita continúa.
Ahora, por ejemplo, estamos en la fecha 6 del campeonato. Independiente con Gallego no anduvo mal, pero tampoco bien. Un triunfo, cuatro empates, una derrota. El labio inferior del Tolo ya le toca el mentón, como si el destino le hubiera colgado un invisible arete indígena. Los tiempos corren y es la hora de Caruso. Algo canoso y sin candado, regresa con un bajo perfil que lleva al Rojo por el camino de los tres puntos...
Cerca del retiro, Grondona elimina el offside. Reemplaza su anillo de "Todo pasa" por uno que dice: "No tiene sentido". Se aprueban en simultáneo dos torneos con sistemas de puntaje y descenso distintos.
En River, suceden lo inaudito. Trezeguet deja de hacer una de menos. Finalmente, se descubre que Ramón Díaz es un lagarto enviado por los de V Invasión Extrarrestre. Passarella abandona la tintura negra con reflejos azulinos.
Cansados de buscar mierda, los editores de Olé prohíben escribir la palabra "chicanea".
Palermo y el Mellizo deciden hacer de Lanús y Godoy Cruz un solo equipo. Win-win atípico en el fútbol argentino que deriva en un Lanús Cruz todo centro, cabezazo y a cobrar.
Ligeramente fastidioso y visiblemente fastidiado, Román amenaza con irse de boca y de Boca. Más profesor Locovich que nunca, Bianchi le pide que no joda y que tire paredes con ídem. El Barcelona compra a todos los menores de 3 años nacidos en la Ribera que saben hacer jueguito. La prensa celebra que los ojos culés ven un pichichi en cada gurrumín.
El referí corta la jugada. Es la influencia que ejerce sobre la autoridad un defensor que levanta la mano. "Juez, está en ofsái", grita el botón. Me quedo mutis, me subo las medias y camino despacio hacia la mitad de la cancha. ¿Quién me quita lo pescado?
Lunes a la noche, un amigo de un amigo
no va a la cancha, y me prestan su carnet con cuota al día.
Economía solidaria. Una entrada paga para aprovechar. Yo aporto mi
aliento.
Hace calor, previa en la pelopincho.
Arranca nueve y media (saldremos como a las doce) da para comer
antes: pasada por Los 3 Ases de Sarandí. Dejamos el coche en el
Carrefur de Pavón, tomamos por la calle que nace en la estación
(Darío y Maxi), bordeamos la vía, bajan hinchas del terraplén,
vocean desde las parrillitas, desembocamos en las torres. Un primer
cordón nos hace dar un rodeo. Empiezan lejos de la puerta, el cariño
de los cacheos. Segunda vuelta de toqueteo y control: ya entramos.
Me acordé de las peripecias del
pasado, ir a buscar al cobrador por Alsina, si te habías colgado
unos meses con la cuota (o él). Ir a sacar la entrada abajo de la
Cordero, muñecos mangueando guita, "yo te la saco, amigo",
"quedate acá que entramos con la barra". (Se abría la
puerta en el segundo tiempo). Ahora, ñieris, todos en regla, trámite
y tributo. Menos folklore, más eficiencia.
La caldera está cambiada: donde estaba
la cancha de hockey, unos molinetes de metal matrix del piso al techo.
El bufet enorme derivó en una especie de Pancho 95 tras las rejas.
No vi cocacoleros rondando con los vasos en la conservadora. Mi segunda
vez en el flamante e inconcluso "Libertadores de América";
primera vez en la popular local. La última vez fui de enfrente.
Es estratégico que llegue el aliento
desde las dos cabeceras, a la hora de defender y definir. Pero
evidentemente no le estamos sacando provecho, porque al árbitro no
lo abruma la localía (hasta un toque nos bombea). Y los jugadores del
Granate no se ponen ni la mitad de nerviosos que los nuestros, atrás
y adelante. Se tienen confianza y están bien plantados: encaran y
muerden cada pelota dividida, corren todos. En el banco están los
Mellizos, difícil distinguirlos desde la popu.
Partido chivo. Y se lesiona Morel.
A los 7' entra Tula, de dos. Velázquez
pasa de cuatro y Vallés de tres. Pobre gente. Les costó hacer pie
con la cancha corrida y cambiada. Hilario saca unos pelotazos. El
medio estará sofocado por estos primeros calorones, lento, blandengue.
Arriba, Benítez y Vidal no se encuentran ni aguantan, Villafañez se diluye yendo y viniendo de ocho, generamos peligro nulo.
La gente alienta pero en ausencia de la
hinchada no se termina de armar. Los cantos se deshilachan, se
superponen. Si el equipo no entusiasma, afuera el entusiasmo fluctúa.
Falta una percusión, que sostenga el ritmo. Como los tambores para
los remeros. Lanús, que son un puñadito, con dos bombos se hace
sentir. Que traigan unos vientos: tres trompetas, trombón, unos
saxos, a tocar melodías, para rearmonizar la energía cuando los
jugadores pifian todas. Se canta y se salta, a pesar del dolor de ojos del equipo. Repertorio
cumbiero. Y surgen cantitos clásicos, básicos: hoy hay que ganar,
ponga huevos, vamos rojo. Y un mántrico, y "dale, dale, Rojo", que se va y vuelve. Las
letras hablan menos de aguante y más de sentimiento.
Claro que hay gritos homofóbicos,
racistas, clasistas, "no tienen agua / no tienen luz / son los
villeros de Lanús". ¿Qué onda? ¿Los villeros de
Independiente tenemos todos los servicios joya? ¿O no tenemos más
villeros? La transversalidad del fútbol tiene estos ridículos.
Cuentan que Atlanta les cantaba con más clase y menos clasistamente:
"Qué lindo que es Lanús. / De día falta el agua / de noche
falta luz". Es más objetivo, estigmatiza a todo el barrio. El fútbol tiene eso de reservorio de anacronismos, instintos
brutos, primitivismo, fascismo adolescentes. Hay putos en
las tribunas y adentro de la cancha, en todos los equipos, y se sigue
usando ese insulto. Sin embargo, sin la barra, la atmósfera huele
algo más ¿inocente?
Se ven muchas más chicas en la tribuna
local. Me acuerdo en los 90, todavía no abundaban: veías algunas chicas o
parientas de la barra, unas nenas de look guerrero, camiseta hecha
top con un nudo, calce profundo, capaz que sarandeaban al ritmo de
los bombos, como si estuvieran en una murga, como si modularan la
libido de la multitud. Lejos de la cabecera, algún que otro flaco con la novia. Un
tipo con la hija, con la señora. Pero las mujeres estaban en el
sector socias y en las plateas. Hoy la popu, abunda en chicas
preciosas. Grupitos de amigas mandando SMSs y sacándose fotos, estilo altapendeja.com.
El partido es un poco malo, y sobre todo,
desfavorable: casi no les pisamos el área, zafamos muchas. En una, no. El arquero de ellos (Marchesín, ¡puto!) saca largo, Tula no
acierta a despejar de cabeza, cuando va a reventar ¿le meten una plancha? Se la llevan y Romero define. Viene al caso una metáfora de
nubarrones en el horizonte. Se pone oscuro el panorama. Igual es una
noche hermosa.
Final del primer tiempo, abajo, toca
sentarse, y comentar. A izquierda y derecha, arriba y abajo, distintos
análisis de lo mismo que todos vinimos a propiciar. Se
reparten datos, culpas, se proponen soluciones.
Quemamos la mitad que nos queda.
Arranca sin cambios la segunda parte. Traje dos encendedores, pero no
tendría a quién tirarle uno; ni el árbitro es tan hijo de mil puta
como para poner en ridículo mi alcance y puntería. El equipo
está más animoso. La hinchada sigue alentando. Clavamos un desborde
y un zapatazo en el travesaño. Reclamamos un penal porque alguien se
cae en el área de enfrente. Hay que empatar como sea.
Cuando ataca Independiente vuelve el
"dale Ro", pero la mitad alienta y la otra mitad les da
indicaciones a los jugadores, que deben escuchar mal. Órdenes
simultáneas y contradictorias, pateá, encará, tocá. Nuestros
jugadores no entienden. Se embarullan, la pierden.
No tener barra brava tiene algo de
déficit. Me queda pendiente una apología que ya hice dos veces de
improviso. Imaginate un sindicalismo sin barras, una política sin
barras, sería más civilizado, más prolijo, más eficiente, pero
quizás se perderían más luchas populares, ¿cómo tomás una "medida de fuerza"? ¿Nos cogerían más los abogados y los contadores? Habría que evolucionar las barras bravas
hacia la no-violencia por boludeces, y preservar la política, el
poner el cuerpo, para otras cosas. Ganar el corazón de los
monstruos.
El Tolo cambia la inofensiva delantera.
Hace debutar a un pibe, Buter. Y mete a Rosales. El pibe corre, y
busca, toca un par, en una cuerpea cerca de la línea de fondo, y
cae. Ni fau ni amarilla. Vuelve pero al ratito se retira roto.
Quedamos sin promesa y con 10. Batión está en una gamba: "andá al
arco", le gritan. Y a Rosales: "entraste hace 10', corré, gordo
borracho".
En el córner hay una bandera de
Pastoriza. Dice: “Los estoy mirando”. Vení otro día, Pato. El equipo va para adelante como sin esperanza pero con obstinación. Y retrocede más despacio de lo
aconsejable. Lanús no acierta en las contras durante un rato. La
hinchada canta por el equipo, o por los colores. "Soy del rojo desde
que estaba en la cuna".
En una de las tantas contras, nos
embocan el segundo: el yorugua Regueiro, jugadorazo, la aguanta
contra dos por la izquierda, se los saca de encima, y se la sirve a Castillejos para que la
empuje. Dos a cero es precio, jugando con diez contra un gran
equipo.
“Rojo, yo te persigo, / vos sos la
sangre que a mí me mantienen vivo, / cada domingo te vengo a ver / y
aunque no ganes cada vez voy a volver". Canciones gestadas en
momentos adversos. Nudo en la garganta. ¿Cómo será que las ideas
entran al flujo sanguíneo, al aparato respiratorio? Emociones
fisiológicas.
Toda la cancha alienta, a pesar de la
derrota, conmovida. Vuelven las dudas, la expectativa siempre.
Dependemos de este mismo plantel, averiado, para seguir adelante. ¿A
qué reprochar? Apoyo y arenga. A pura fe, invocando a la suerte, a
la mística. Y cómo vamos a transpirar en este infierno las próximas
semanas. Final del partido. La voz del estadio se despide. Tenemos
que esperar a que se retire la visita. Y, hasta la victoria siempre, empezar a cambiar de tema.
Por ejemplo, un documental buenísimo sobre Cruyff: